Resistencia en el flanco débil

marzo 09, 2014

Thousand-yard stare





Toda la noche encastrado en una parálisis de ojos abiertos. Toda la noche hablando con monstruos. Una noche que no acaba, que no cesa de manar, pase lo que pase, piense lo que piense, caen los segundos y no estalla. Toda la noche desangrándome en obcecaciones. Cuando al fin llega el alba ya no soy humano. Soy un quiste de insomnio. Soy un virus de rencor. Un gesto fulminado.

El hombre como especie acechada, una alimaña en busca y captura, una esperanza atrapada. El hombre y su cepo, el cepo del hombre sobre el hombre mismo. El hombre y su trampa luminosa. El hombre y la trampa y la herida. Su herida. La herida luminosa. La hendija sangrante en la noche que se asfalta a sí misma sobre la carretera secundaria de la eternidad. Y detrás de todo el telón de la farsa. Y delante de todo la mentira. La mentira del hombre. Su esencial insinceridad cuasi genética. Mentir. Mentirse en todo momento, no sea que la verdad nos dé alcance, nos bese en la frente, nos bese en los labios, nos bese en el alma tronchada y líquida. Mirarse al espejo. Mirar un mirarse a los ojos en la sala de proyección del espejo. Y no poder dejar de advertir la trampa. Y no poder dejar de encajar la mentira. La trampa luminosa, la mentira espiral. Y cerrar exhausto los ojos. Y apretar exhausto los puños. Y no poder llorar. La verdad no tiene fuente para que bebas.

Escribe uno por qué. Escribe uno, en primer lugar, en primera instancia, para matarse, para acabar, fundirse liquidado en el blanco de la carpa circense del discurso. Escribe uno por qué. Escribe uno por cobardía. Por no haber sido capaz de reventarse la mano contra el espejo por la mañana una vez constatada la derrota de la ausencia de lágrimas, y una vez conseguido esto, ascendido a esto, la mano hecho un cristo, la mirada desquiciada, coger cualesquiera de los filos caídos, y allí, sí, terminar. Escribe uno porque no puede hacer otra cosa. Escribe uno porque no puede dejar de olvidar la trampa, de obviar la trampa, de pasar por alto la material arbitrariedad de todas sus reacciones. Escribe uno como el que sale a correr cada maldito día para negarse a sí mismo en esa tortura, para borrarse de sí en el padecimiento. Por qué hace el hombre, la farsa, este animal atrapado lo que hace. Todo acto que vaya más allá del alimento, la excreción o la cópula, o aun la huída desesperada en pos de la pervivencia del hueso se deduce de esta mentira intrínseca. Esta mentira luminosa. Esta sangre blanca y cancerígena vistiendo la noche de insomnio. Todo lo que hace el hombre para decirse hombre lo hace para olvidar que es un ser atrapado. Que es, de hecho, y hasta nueva noticia, el único ser atrapado del universo. El menos libre. El Ser esclavo.

Escribe uno por qué. Escribe uno, entre otras cosas, entre otras no destacables estupideces, para hacer ligeras las horas de espera hasta la nueva guardia.

Toda la noche desesperado contra mí mismo. La entera y larga noche atrapado y luminoso. Blanco colgante en mitad de la tela de araña, cebo y distracción para gigantes menores. Toda la noche fulminado, los ojos copados de detonaciones. Toda la noche hablando con monstruos...

marzo 01, 2014

La herida insomne



Silhouette du peintre (1907), León Spillaert





Empieza como un estallido sin metralla
un baño sordo de náusea.
Empieza como un recrudecimiento.
Como una indefensión.

En lo profundo y lábil, el centro de lo que convenimos
en llamar corazón,
no el órgano, no el músculo,
donde sólo hacen blanco las flechas en palabras
en silencios,
en miradas aniquiladoras,
allende la víscera,
adentrada en la maraña selvática de sentimientos encontrados...

La herida insomne.
Es una sombra que sangra, se arrastra, 
camina a duras penas, está perdiendo la vida en cada paso,
hasta que en medio de la nada, un árbol,
toma asiento bajo su copa y se recuesta en el tronco,
tomar aliento, cerra los ojos, tal vez dormir...

La brecha no sella, no cierra, no calla
no quiere dejar de ser ella, 
ser brecha, ser golpe, ser desesperación.
La brecha no es mala en esencia, no sabe ser otra cosa.
No conoce otra vida que el dolor.

La herida insomne
es la película de todo el daño interior
proyectada en el lienzo oscuro del techo de nuestro insomnio,
noche tras noche, en bucle,
en looping enfebrecido,
autocastigo disparatado.
Todo el amor que fue y ya no podrá ser más.
Y que es aún amor, pero amor periclitado,
amor hecho pedazos,
y es por tanto amor más poderoso,
por tanto más doliente,
por tanto más intenso,
por tanto cancerígeno.

Puñal inasible, clavado en el pecho,
la sangre que mana, que baja, que llega hasta el dedo
y de ahí a la tierra, donde estéril fecunda óvulos de aflicción.

La herida insomne
son las noches preñadas de ojos abiertos
locos de niebla verde y alucinación,
un vadear la noche robado el sueño, 
sólo armado con un fardo de incombustible vigilia,
un incombatible demasiado peso.

Las horas a cara de perro contra el espejo de los recuerdos...

La herida insomne 
son también las calles de la ciudad muerta
a reventar sus esquinas de aparecidos,
muertos en vida que resisten pertinaces el viento de la nada,
días de nuestros días,
sagradas y efímeras ascuas que fueron
el fuego de nuestro júbilo primero
y el incendio de nuestra alegría después.
Sus caras y nombres y ojos vencidos, el museo de nuestro fracaso.

Un desengaño que llega para quedarse,
un velo que se deshace en llamas,
y con él la mirada que tan celosamente guardaba,
ahora vendida.

Un último derribo del que tan probablemente no nos levantaremos
si no es para buscar a tientas en mitad de ningún lugar,
en justo y mitad del hundimiento,
sombra sangrante, sombra avanzando a rastras, 
un árbol, de súbito,
tan solo unos minutos recostados en su tronco,
a resguardo de la quemazón absurda del sol de la noche,
tomar aliento, cerrar los ojos, tal vez dormir...

La herida insomne
es esto:
una sombra alcanzada en el pecho, tocada de muerte,
agotando su último aire en el ámbito de lo posible.

Poco después abre los ojos, despierta,

está muerta pero aun así despierta,
se yergue y camina:
transparente negra sangre le mana aún de la herida,
que ya nunca cesará en su grito.

Camina sin prisas hacia las calles anochecidas.
Camina absorto, roto de luz, a ocupar su lugar tras la esquina.