Resistencia en el flanco débil

agosto 29, 2013

Doblegado




DOBLEGADO

Ese derrumbe del edificio de tus sueños
lluvia de cascotes
de cuanto te pensaste
besa final la copa de un árbol su base
la tierra que fue su alimento
el gusano que lo devorará
roto el tronco
el ancho tronco todo roto
quebrado sobre su derrota
es la corona de un rey desbrozado por la revolución.

Incendio de metas
plomo en los párpados
pulmón derrengado
a qué levantar la mirada
a qué cualquier tentativa
se vienen encima los fríos
se viene encima el otoño
se viene encima la negra langosta de la remembranza
la patética, desaforada mueca del absurdo
carcajeo de puñales. 

Abatido
Derribado
En retirada
ovillado, disforme, gacho
husmeando tu humillación
presintiendo la sombra que llega
la sombra que ciega
rodillas en tierra
doblegado pero dispuesto
corajudo
histriónico
suicida
amigo de la muerte
irracional.

Luz que agoniza
La mirada
Luz infinita
La mirada
Ojos que miran finales
manando la rabia
Jaguar o madre gata moribundos
acorralados
garras para la muerte
dispuestas sobre su ocaso
ansiando terribles lanzar un aliento último
un último zarpazo
sobre el cazador
ahora también desbrozado.

Ahora también él tirano pasado a cuchillo.

agosto 12, 2013

El copartícipe secreto de Joseph Conrad


El otro día me topé de bruces con una situación que no tendré la desfachatez ni la inelegancia de adjetivar como kafkiana, pero casi casi, anduvo cerca, aunque a estas callejonas necias que merodeo les quede ancho y tan lejos el siquiera imaginarse Praga.

Salía yo de comprar alimento para mis gaturros y unas margarinas vegatales para mi molleja cuando ipso facto, en mitad de la acera pringosa de calores estivales, de la nada me saltó al encuentro mi doble: "Oye, compay, échame un cable, anda, hermano, que acabo de dejar listo de papeles a un fulano por un quítame allá esas pajas y ahora se me vienen encima los maderos". Mi actitud ante semejante tesitura, por supuesto, no pudo ser otra que la obvia: salir de allí por piernas, abandonando en cuestión de un segundo a mi doble a su suerte y mal destino, pues aunque ambos dos somos prácticamente iguales en todo, disímiles en apenas nada, él corre poco y mal y nunca, y además con el pie izquierdo huérfano de dedos.

Es por actitudes ruines como ésta que nunca saldré en un libro de Joseph Conrad, ya lo tengo asumido, pero qué quieren que les diga: me pudo la cagalera.

Porque si algo se confirma en la obra conradiana una vez sí y la siguiente también, libro tras libro, ya sea novela, relato o novelette, es que un hombre puede ser destruído, incluso puede ser derrotado jódete Hemingway, pero lo que no puede ser es un ladino hijo de la gran puta. Eso no.

De hecho, el fenotipo conradiano puede tener flaquezas, vicios, cagarla una y mil veces y darse una tras otra la misma hostia contra la misma pared, y de hecho es preferible que así sea, ya que el hombre de una pieza y sin aristas a quién cojones le interesa. Pero lo que un hombre no puede ser de ninguna de las maneras es artero, es tibio, es mendaz. En Joseph Conrad no hay lugar para los hombres diminutos.

El copartícipe secreto novela corta irrenunciable que ustedes deberían leer en VO, o en su defecto en versión al castellano del gran  Francisco Torres Oliver ¡siempre Torres Oliver!, y no como hice yo, que la leí en una edición de Bruguera Todolibro de a céntimo la hoja, pero eso sí, con ilustraciones molonas de las que ya no se hacen, El copartícipe secreto, como decía, es relato bueno de trincárselo en una tarde y estar después toda la noche rumiándole las vueltas, en el que Conrad coge el guante del mito del doble, del sobado lugar común del doppelgänger, lo dobla, lo vuelve a doblar, y con él, acto seguido, nos propina no dos, sino tres hostias: ¡plas!, ¡plas!... ¡replas!

Un joven capitán está a punto de zarpar con su primer mando bajo el brazo. No conoce el barco, ni la tripulación, nunca antes ha mandado un navío. Todos creen allí que es un mequetrefe. Y lo peor: él mismo no tiene claro sí es o no un mequetrefe. Es entonces cuando Conrad, genio cabronaco, hace surgir al doble del protagonista nada más y nada menos que de la superficie en espejo del agua. He matado a un tipo, le dice; fue una causa de fuerza mayor, le dice; estoy en sus manos, le dice. Y el joven capitán no sólo no lo delata, sino que lo esconde en su camarote.

La historia es una historia, más que de aprendizaje, de encrucijada: el doble nace del espejo del océano o del inconsciente del protagonista para ponerlo a prueba: demostrarse a sí mismo y a los demás de la nave que no habita un alma pequeñita. Demostrarse a sí mismo y a los demás si sirve para el mar, si sirve para la vida.

Nunca sabemos si el doble es real o imaginación o pesadilla. Nunca sabemos si hubo en verdad una muerte o no a manos del doble, y si, en consecuencia, el protagonista se convirtió en cómplice al ayudar a un asesino. Tampoco nos importa. Estamos en la última escena de la historia, y la blanca gorra de capitán flota en el agua negra del océano: simboliza lo esencial y desencadenado.

Ahora la procesión va por dentro. Ahora la progresión va por dentro. Un navío surca los mares y la estatura interior de su amo es ya a todos los efectos una víscera confirmada.


agosto 05, 2013

Las ilusiones de Jonás Trueba



Para Nacho C.


El friki. ¿Nace o se hace? Pregunta del millón.

Pongamos por caso un niño fermoso y sanote. Habita lo que podemos llamar esa tierna edad en la que su entrepierna, la andropierna, aún está lejos de arruinarle la vida al chaval, y su íntima aspiración diaria, por tanto, no es otra que la de devorar un bollycao o trincarse un phosquito, para acto seguido churrupetear gustoso y febril el muñequito de colorainas que éstos llevaban dentro. Lo encontramos en la escuela. Al chaval me refiero, no al phosquito ya deglutido, ni al muñeco plasticoso ya extraviado. ¿Corren los años 80? Podría ser. Que corran, pues. El caso es que a la típica y deleznable pregunta de la profesorona, el niño de mofletes feraces y cabezorra gorda responde lo normal, lo homogéneo, lo que se espera, lo políticamente correcto: "Yo de mayor quiero ser policía, señorita". No me dirán que no es una delicia...

Pero en años sucesivos la cosa se tuerce, se aviesa, se embarra y se emborrona, la cabeza gorda del clavo se esmocha, desconocemos el cómo y el porqué, también se nos escapa en qué momento este jóveno chicuerele se ha perdido para la buena y productiva sociedad, dánosla hoy y también pasado mañana, Amén... Un año, preguntado por la misma mierda de siempre, el sujeto responde esto: "Yo de mayor quiero ser el doctor Jeckyll, señorita"... El hecho de que el mastuerzo, al fin y al cabo, no aspire a otra cosa que a ejercer la muy honorable y aún más provechosa profesión médica, aunque sea en modo Mad Doctor, no pasa inadvertido a la profesoresa, que lo apunta en su bloc. Lo apunta como "Bicho raro potencial. Vigílese al sujeto". Nuestro nene cabezón y zampabollos es ya un hombre marcado para sus restos.

Pero la cosa no acaba ahí. El año siguiente el niño quiere ser vampiro technicolor de la Hammer, y al siguiente matazombis negrata del Romero, y así hasta que llega la sentencia: "Yo de mayor lo que quiero ser es Blade Runner, señorita. Ex policía, ex marido, Shushi Man, Pescado frío".

Al año siguiente lo que quiere ser nuestro mendrugo es escritor. De ciencia ficción, de mierda ficción, de cierta ficción, de lo que sea. Pero escritor. Aunque para ese entonces ya nadie le pregunta qué narices va a hacer de su vida cuando los cojones empiecen a criarle pelos. Hace tiempo que se le ha dado por perdido.

La principal similitud entre, por ejemplo, Mensaka y Las ilusiones es que ambos dos libros van de lo mismo: jóvenes que sueñan o aspiran a dedicarse el día de mañana al artisteo musical los unos, kinetofílmico los otros, pero artisteo en definitiva, y se engañan mequetrefes, ingenuos, gilipollas, se obvian en el ínterin que nunca llegarán a nada porque para empezar, más allá del intalento de cada cual, habitan un país y una cultura una incultura, por ende en que el artisteo no es algo que sume, antes al contrario, más bien penaliza. 

La principal diferencia entre, por ejemplo, Mensaka y Las ilusiones es que Jonás Trueba sabe escribir.

Luego, claro, está la gente del margen. La gente del margen son todos aquellos que rebasada ampiamente la treintena, con trabajos de mierda, que nada tienen que ver con el artisteo algunos de ellos con trabajos que ni siquiera tienen que ver con el trabajo, con un trabajo digno, me refiero, a veces locos solitarios, a veces miembros de familias deshechas o en vías de destrucción, porque la familia, todos lo sabemos, es algo incompatible con la vida en la heterogenia si es que ésta no es compartida, perseveran en el pequeño artisteo de guerrilla, al margen de la corriente principal de ese río que nos lleva tan trabajosamente al demonio del silencio. 

Pequeños y humildes cultivadores del arrozal de la marginalia. 

Inveterados eternos aspirantes a Blade Runner, siempre nacidos a destiempo y de través.

Creo que ni el libro ni la peli de Jonás Trueba van de ellos, nosotros, yo, la gente del margen, porque peli y libro suceden y recrean el justo antes a la íntima renuncia. Pero todo está implícito y una corriente lleva a la otra. Y en el Océano del Silencio uno y otros y todos nos encontraremos. 

Mañas también.