Resistencia en el flanco débil

enero 28, 2012

Vampirism on Wheels


Two-Lane Blacktop (1971) de Monte Hellman

Nuestros perros y los gatos de la calle y hasta los diminutos jilgueros que encerramos en jaulas infames, todas las malditas bestias de este planeta nos ganan por la mano a causa de lo que, ingenuos y prepotentes, pensamos una ventaja, que es la conciencia del paso tiempo, de la mortalidad, del autoreconocimiento. En una palabra: la razón. La razón es nuestro peor mal, nuestra lepra incurable. Nos hace infelices, provoca nuestra amargura. Es demasiado peso, la vida, demasiado sinsentido. ¿Usted ha visto alguna bestia, por pequeña y simple que ésta sea, que no sepa cómo vivir su vida? No... En ellas el instinto lo es todo. Tienden esencial y naturalmente a su fin como un río proceloso. En nosotros, en cambio, todo son meandros y más meandros que no conducen a ninguna desembocadura reconocible: el peso del absurdo de la razón mata al instinto, enseguida perdemos el rumbo y nos desesperamos... Es ahí donde entra en juego la droga, la adicción. El ser humano ha sido el único ser vivo adicto en todo tiempo y lugar. Necesita de ése inespecífico salvoconducto. La adicción oxigena la desesperación y desespesa la angustia, edulcora, hace más llevadera esta espera terrible. Y no me estoy refiriendo única y exclusivamente, que conste, a las drogas duras. Todo el mundo tiene su droga, su adicción, y en eso sí que no hay excepciones. Es lo que Bill Burroughs llamó el "Álgebra de la necesidad". Todo el mundo necesita algo o a alguien. Y la necesidad de ese algo o alguien le permite avanzar en el marasmo empantanado de la vida, a costa, eso sí, de convertirlo a la vez en un dependiente. Todos dependemos de algo o de alguien. Hay quienes necesitan sólo el constante chute de un sólo algo o alguien. Hay quienes necesitan el de muchos... Necesitamos vampirizar y ser vampirizados, porque esa emoción, tan intensa, consigue por momentos rasgar el velo del absurdo y convencernos de que existe alguna suerte de dirección correcta. En mi caso,  por ejemplo, están el celuloide y la carretera. Cada una, por separado, dos adicciones que me permiten pasar de un día al siguiente, pero que unidas se alían para conformar mi droga, mi particular soma, el chute máximo. No necesito nada más... La mordedura de la carretera es la mordedura del viaje, del sentirse en permanente tránsito hacia algún lugar, no importa dónde, no importa cuál, porque lo en verdad esencial es no llegar nunca a puerto. El recorrido es la ilusión; llegar a destino es el estancamiento. De ahí la erótica de la carretera, de sus líneas discontinuas y sus cruvas ciegas, de su no final... Y para el celuloide, más o menos lo mismo, filmamos y nos filmamos para fijar nuestra sombra en la película, nuestro tiempo en la vida, nuestra singular e intransferible huella en la luz. Fijarnos materiales pero a la vez traslúcidos en el tiempo. Ésa es su mordedura, su marca vampírica... Por eso filmar la carretera es esculpirnos en el tiempo eterno del viaje infinito, del tránsito perdurable. Una ilusión, como la propia adicción, que es en sí otra ilusion, la falsa sensación de sentido. Pon el pie en el freno o quema la película y todo eso se habrá evaporado. No hay nada detrás ni nada debajo ni nada alrededor. Sólo tú y tu sombra y tu insoportable fardo de tedio... Por eso si llega el día que no puedo salir a la carretera, el día que no puedo empuñar la cámara, ese día se habrá terminado todo; entonces sí, entonces cogeré una jeringa y me inyectaré el más rápido veneno que pueda encontrar... Y cuando ya sólo sea carne negra y muerta, en pleno proceso de descomposición, los gatos callejeros seguirán a lo suyo, deambulando en torno a mi cadáver, sin sombra alguna de duda en la sabiduría de sus estómagos y sus gónadas...
Uwe Friesenhan
Virus in Film



Arrebato (1980) de Iván Zulueta

enero 27, 2012

The Scar Inside


Travesti (1994) de Mircea Cărtărescu       

El nombre de mi herida es inasequible al lenguaje, no describe órbita ni acata humana cartografía. El nombre de mi mal es una exhibición ininteligible de vísceras espirituales. Mi enfermedad es el vientre abierto de una araña alienígena.


The Naked Lunch (1991) de David Cronenberg


enero 23, 2012

Pure Driving, Pure Vengeance


Drive (2005) de James Sallis

"¿Había dejado la tele encendida? Ni siquiera recordaba haberla puesto en marcha, en un canal de que emitían uno de aquellos programas de juicios que estaban de moda, el Juez nosequé o nosequemás, los jueces reducidos a caricaturas (un neoyorquino brusco y sarcástico, un tejano con mucho acento), los participantes tan imbéciles que aprovechaban la más mínima ocasión para que su imbecilidad se emitiera por todo el país, o tan despreocupados que no tenían ni idea de lo que hacían.
Una cosa más que fatigaba a Bernie.
No lo sabía: ¿había cambiado él o era el mundo que lo rodeaba el que había cambiado? A veces apenas lo reconocía. Como si acabara de bajarse de una nave espacial y se dedicara a reproducir los movimientos de los demás, tratando de pasar desapercibido, haciendo la mejor imitación posible de un terrícola. Todo se había vuelto tan pobre, tan ordinario, tan vacío. Hoy en día, te comprabas una mesa y te daban un contrachapado de dos milímetros. Te gastabas mil doscientos dólares en una silla y ni siquiera podías sentarte en ella, joder."
Drive, James Sallis
en versión de Juanjo Estrella

                                                                                                                                                                                            





enero 21, 2012

Landscapes of Silence


The Icebergs (1861) de Frederic Edwin Church                                                                                 

Hay algo de irresistible canto de sirena en el Gran Sur, ese desierto helado, confín de la Tierra que fluye ajeno a la razón de los hombres, a la que, no obstante, seduce y arrastra sin remedio con promesas de tragedia, de martirologio, de paisaje final. Ebrios de perdición y locos de eternidad, buscamos en su centro petrificado la medida de nosotros mismos, justo allí, de donde mana el silencio, el Gran Silencio, la Respuesta Umbría, esa muerte sin prisa.



The Great White Silence (1924) de Herbert G. Ponting

enero 13, 2012

Joyce, Joyce, Joyce...


The Third Man (1949) de Carol Reed

Adolf  Krogh: Así pues, se podría decir que estamos hablando de una suerte de "Encrucijada moral", por así decirlo, que está muy presente a lo largo y ancho de toda su obra, en ocasiones de forma más o menos velada, más subterránea, y otras veces de una forma muy explícita. Sería el caso, por ejemplo, de El tercer hombre, en el que usted describe de forma muy concreta la derrota del Amor y la Amistad a manos de la Ética. Como si lo correcto, hacer lo que está bien, estuviese muy por encima de los sentimientos, cuando éstos caminan en una dirección distinta...

Graham Greene: En principio, todo eso que usted señala puede muy bien encontrarse en el libro, es una lectura, desde luego. De todo modos, fíjese, a mí esa historia me interesaba desde otra perspectiva, que no era otra que la terrible y esencial injusticia que en tantísimas ocasiones emerge del carisma. Ahí tiene a Harry Lime, un tipo con carisma, o mejor: el Hijo del Carisma... Cae bien a todo el mundo y no encontrará quien tenga una palabra mala de él, pero es un miserable en el fondo, un ruin advenedizo, del todo inmerecedor del amor de Anna y la amistad de Martins. Y gran parte de ese culto, esa veneración incondicional que ambos le profesan emerge natural y esencialmente del carisma de Lime, tiene ése don... Eso lo supo incorporar a la perfección Orson Welles en la adaptación cinematográfica, transmitía ese carisma en cada plano. Te decías: he aquí a un tipo con todo lo que hay que tener... ¿Pero cuál es resultado final? Que Martins, que actúa movido por el amor primero y por la moral después, y muy a su pesar, sabiendo que está traicionando no a su amigo, sino el concepto de amistad; un tipo, en definitiva, como cualquiera, que no tiene el carisma de Lime, que tiene el carácter justo para ir tirando por la vida mal que bien, acaba despreciado por la mujer que ama: un Judas. Un delator... Es la prueba de que en este mundo llegan mucho más lejos las sonrisas perfectas y bien cuidadas, por más mentiras y lenguas viperinas que guarden detrás. La confirmación de ese dicho popular que reza que más vale caer en gracia que ser gracioso... Por eso me gusta tanto el pasaje de la conferencia literaria. Martins es escritor. Escritor de novelas baratas pero escritor. Probablemente vendió más ejemplares de su Jinete Solitario de Santa Fe que Joyce de sus Dublineses, pero aquella gente sólo tenía la boca llena de Joyce, Joyce, Joyce... Y Joyce ni siquiera hubiese estado allí, o, de estarlo, habría cogido el primer vuelo de regreso. Pero Martins se queda por amistad primero, y por amor después. Se mete hasta el cuello en el fango y acaba destrozado. Un delator con el corazón roto, cierto, pero también el héroe moral de la historia..., aunque muy probablemente ésa no sea ninguna clase de consuelo para Martins.

Adolf Krogh: Sin embargo, en el guion de la novela que escribió para Carol Reed usted no tiene inconveniente en matar a Payne al final de la historia: sacrifica al primer fan de Martins y de las novelas baratas, que hizo posible, mediante su intervención indirecta, que al final toda la historia progresase, que Martins abriera los ojos y Lime recibiera su merecido. En otras palabras, podríamos decir que usted castiga al lector, al lector de novelas baratas...

Graham Greene: Qué puedo decir... La vida es una cabronada... Y en cualquier caso Payne muerto y sus novelas baratas tiradas a la basura me siguen cayendo mucho mejor que cualquiera de los intelectualoides que poblaban aquella conferencia, con sus bocas a reventar del venerado Joyce, Joyce, Joyce, al que seguramente ni siquiera habían leído... En puridad, ahora que lo pienso, todo El tercer hombre es una invectiva contra la impostura del carisma y del talento. Digámoslo claro y de una vez: la gente brillante apesta...


  Extracto de la entrevista a Graham Greene en Österreich Kultur, nº 66, abril 1958



_                                                                                                                                                                                          


enero 10, 2012

The Faster, the Bad and the Liar


The Driver (1978) de Walter Hill

Personajes solitarios, silenciosos, lacónicos, de turbio pasado e incierto futuro, atrapados, cada cual, en el presente de su obsesión terminal. Personajes sin nombre porque su nombre es su oficio. Son lo que hacen y nada más. Walter Hill cogió el maderamen del polar francés, Melville mediante, y con él construyó una partida de ajedrez titulada The Driver. Ryan O'Neal juega con negras aunque en realidad es el caballero blanco sobre ruedas; es el fuera de la ley con principios. Bruce Dern juega con blancas pero tiene el alma envenenada; es el policía sin escrúpulos dispuesto a todo con tal de ganar la partida. Isabelle Adjani no sabe jugar al ajedrez pero sí al póker. También a las damas. Al "Juego de las Damas", quiero decir... Al final no gana el más listo, el más rápido tampoco.

Una pena que Hill no supiese ponerle la puntilla y el final no esté a la altura. Si no estaríamos hablando de un clásico. Con todo, sólo por las secuencias de persecución y la actuación de Bruce Dern ya hay que darle la oportunidad.



_                                                                                                                                                                                         


enero 08, 2012

Werner Herzog Eats His Ballardian Shoe

_

"Si nos fijamos en la televisión, vemos que es sólo ridícula y destructiva. Nos mata. Los talk-shows nos matarán, matarán nuestra lengua. Por eso debemos declarar una guerra santa contra lo que vemos todos los días en la televisión, anuncios y… creo que debe haber una guerra real contra los anuncios, una guerra real contra los talk-shows, guerra real contra Bonanza, Rawhide y esas cosas..."
"Darnos unas imágenes adecuadas. No tenemos imágenes adecuadas. Nuestra civilización no tiene imágenes adecuadas, y creo que nuestra civilización está condenada al fracaso, o bien desaparecerá como los dinosaurios, si no desarrolla un lenguaje adecuado o unas imágenes adecuadas. Yo lo veo como una situación muy, muy dramática. Por ejemplo, hemos descubierto que hay graves problemas a los que se enfrenta nuestra civilización, como los problemas de la energía, o los problemas ambientales, o el poder nuclear, o la superpoblación mundial. Pero en general no se entiende todavía que un problema de la igual magnitud es que no tenemos las imágenes adecuadas. Y en eso es en lo que estoy trabajando, en una nueva gramática de las imágenes."




Werner Herzog Eats His Shoe (1980) de Les Blank                                                                             


enero 07, 2012

Violent Drive in Barbie World


Drive (2011) de Nicolas Winding Refn                                                                                                 

En lo que respecta a Drive, gran parte de la crítica ha señalado, no sin razón, los claros puntos de contacto que el film del realizador danés observa con Le Samaouraï (1967) de Jean-Pierre Melville y The Driver (1978) de Walter Hill la sombra de Heat (1995) de Michael Mann también es alargada, mientras la influencia de un film, tan distante a priori, como Days of Thunder (1990) de Tony Scott, permanece inexplorada. Allá donde la película del pequeño de los Scott ponderaba el éxito de lo mundano, narraba la ascensión de un pobre tiñalpa a las más altas esferas del mundo de las carreras, llevándose de paso consigo a la chica guapa, en un universo, empero, en el que la evasión de impuestos era inconcebible y todo el mundo follaba en la postura del misionero, Nicolas Winding Refn nos muestra el reverso tenebroso de esa moneda, en el que el prototípico Ken, noviete de la muñeca Barbie, se pone hasta las cejas de sangre y masa encefálica salpicada, en su trágica y violenta inmersión en los bajos fondos californianos. Todo el film de Winding Refn, de hecho, es una reducción al absurdo de la estética videoclipera y los estilemas american cool que hacían del film de Scott una especie de Gran Menú Super Whopper del american way of life. 

Ryan Gosling es tanto o más guapo y cool que Tom Cruise y conduce inclusive mejor, pero no es suficiente, no como para triunfar o quedarse con la chica, no al menos en un universo en el que la evasión de impuestos o la postura del misionero son poco más que la parte menos vistosa del menú. Sólo una mentalidad europea podía orquestar este discurso en lenguaje e imágenes netamente americanos para lanzarlo después en forma de asesino boomerang: tal vez vuestras hamburguesas son las más vistosas y se antojan muy ricas... pero están podridas hasta el tuétano.

Drive es, en suma, un NeoNoir de diseño extremo, un flamante deportivo tuneado con el más exquisito y a la vez más hortera de los gustos, sólo con el fin de estrellarlo contra el muro del fracaso del sueño americano. Drive no es conducción sino pulsión. Pulsión violenta. La asunción de que en el mundo real, lejos de las pizarras y las matemáticas, a toda acción corresponde una reacción aún de mayor magnitud pero en sentido contrario, y así sucesivamente e in crescendo, sin vías de escape, hasta que no queda en pie ni el apuntador.

Andrew McChuffle: "Guapos, malos y motorizados" 
en Cuadernos del Chochicine, nº 356, enero 2012



_