Resistencia en el flanco débil

junio 25, 2011

Atlas de Anatomía Mecánica




En un choque automovilístico fatal se producen tres colisiones irreversibles, tres muertes inmediatas y encadenadas: primero el choque del torrente sanguíneo contra las paredes de los vasos, glóbulos rojos y blancos y demás flora plasmática destrozados contra las paredes arteriales; después el impacto de los órganos internos contra la carcasa de musculatura y hueso: hígado, estómago, pulmones, bazo y corazón del todo reventados; y finalmente el cuerpo desde fuera, piel vestida y ojos desorbitados por la sorpresa ante el súbito final, encastándose contra el volante y el cuadro de instrumentos o bien saliendo despedido hacia la eternidad a través del parabrisas. Triple muerte por triple impacto en milésimas de segundo. Esto lo aprendes con Ballard. Lo aprendes en Crash.

Con Pierre Bergounioux asistes a una lección parecida: un Focke-Wulf 190 alemán dando muerte a una fortaleza volante B-17 sobre el cielo alemán de 1944, se produce también, igual, en los mismos tres tiempos, pero en sentido inverso. Primero los proyectiles del caza hacen trizas el fuselaje del bombardero, desde ese mismo segundo ya herido de muerte; después le toca el turno a la piel vestida de uniforme y los ojos perplejos de sus tripulantes, que aún no saben cómo y por dónde los penetró la eternidad; y estalla al fin, en tercer término, todo lo de dentro, huesos y órganos, sangre y músculo y tendón, pasado por la batidora y transformado en una irreductible inercia de casquería. El colapso de las vísceras significa a la vez el colapso de los tripulantes, cuyo colapso, al tiempo, significa el colapso de la nave, que cae abatida y se precipita sin remisión al suelo. Triple muerte por triple impacto en milésimas de segundo. Es la muerte acelerada. La muerte posthumana a manos de le técnica y la velocidad. El nuevo modelo de matar del siglo XX, su favorito.

B-17G no es tanto una reflexión sobre el siglo de la violencia como un lúcido memento de los albures del cyberpunk: los primeros flirteos del hombre con la máquina, los pilares de la vida orgánica en simbiosis con la mecánica. La fortaleza volante derribada es una muerte postuhmana porque la fortaleza volante es ya en sí un ser vivo y autónomo, que participa de la humanidad sin ser exactamente humana. La fortaleza volante es el pájaro terrible que surca los cielos de la Europa devastada, sus órganos internos, sus diez tripulantes, y su sangre, la sangre de éstos. Igual que el caza alemán que los ha derribado no es sólo un hombre pilotando un aeroplano. Igual que un deportivo a 300 por hora por la autopista, su conductor borracho y suicida a los mandos, no es sólo un coche y un hombre dentro. Los dos unidos y en simbiosis, al ser uno, ya no son hombre ni máquina, son otra cosa que participa de ambas sin ser ninguna. Un ser postuhamo de potencial cataclísmico. Un acerado escalpelo mecánico cuyo alimento es la velocidad.

El mecánico de a bordo, el piloto, el artillero de cola... todos y cada uno de los diez tripulantes, al subir a la fortaleza volante y asumir su puesto, dejan de ser hombres, pierden su individualidad y pierden su libre albedrío, trocando su destino por el de la propia nave. Una mucho más que kafkiana metamorfosis en la que el ser orgánico y sapiens trasciende su condición para tornarse a la vez cerebro y pieza móvil de la máquina volante, ángel de muerte. Son los pañales de la civilización que hoy transitamos; el mundo entonces recién bautizado como moderno —después posmoderno— y ahora hipermoderno: la entronización de la técnica al servicio de la velocidad. Los días de la vida rápida y la muerte acelerada.

Se trata del mismo culto a la posthumanidad que el día de mañana dará por cerrado el primer viajero en el tiempo, abriendo con su máquina nada wellsiana —su tentativa exitosa sobre el grial de la física— un agujero negro en los cojones de Dios y colapsando de paso el Universo, antes, eso sí, de haber alumbrado, en miles de años de Historia del Pensamiento, una sola e íntima verdad que lo libere del horror de la eternidad y de la angustia del vacío.



junio 22, 2011

La achicoria de los días



Intentado dejar el café esta semana. Bueno, ni siquiera dejarlo, sólo reducir la dosis. Imposible. Bueno, ni siquiera imposible: es que no me da la gana. Eso es. De arriba abajo y viceversa y una vez en la antípoda vuelta al salto a tumba abierta contra qué sé yo. Sin paradas para mear. Así siempre. Así todo el rato. El asco.

De todos modos creo que se me ha escacharrado la cafetera. Hace tiempo que ya sólo sale la mitad. ¿Puede escacharrarse un artefacto que son tres piezas de hierro y otra de goma? Al parecer sí. He ido probando cosas, no crean, combinaciones: mucha agua, menos agua, mucho café, menos café, otro café... Pero no hay forma, sigue saliendo sólo la mitad. Es un fenómeno curioso. A lo mejor soy yo, que ya no sé ponerla. Sí, lo sé: sólo hay que añadir agua y café y cerrar y al fuego. Muy sencillo todo. Pero quién sabe, a lo mejor tengo yo la culpa. Que ya no la pongo como es debido. Seré yo el que me he escacharrado. Seguramente.


Ahora viene cuando alguno de ustedes me dice que es cosa del filtro. Que lo limpie, que lo cambie, que me compre otra cafetera. Y muy probablemente tendrán razón, pero por favor no lo hagan. Si lo hacen me joden el chiste.

Leo también Hammerstein o el tesón, de Enzensberger, que es, en palabras del propio autor, "una historia muy larga, y muy alemana". No es para menos. También es una manera de decir que no todo hijo de la Alemania del Weimar fue un terrible y un inefable. Que hubo de todo, copón... Entre los vencedores de la época también hubo una buena piara de malnacidos sin escrúpulos pero aquí todo el mundo se calla la bocarra. Lo más divertido del libro son los diálogos apócrifos. Te echas unas risas. Es importante no perder el sentido del humor. Si se te escacharra el sentido del humor estás rejodido. Es entonces cuando empiezan a rebelársete las cafeteras de hierro colado y lanzas al ciberespacio basura como ésta. Supongo que es también a partir de ahí que el regusto a achicoria empieza a ganarte el paladar.


Y si es que hay que acabar, mejor acabar con una comparación más estúpida que odiosa: en efecto Boris Vian ponía mejores títulos pero yo soy mejor sacando de donde no hay...

junio 09, 2011

Días demasiado tranquilos en Clichy



La tarde del sábado me sorprendía haciendo tiempo en fnac, no digo cuál, son todos el mismo, el continente y el contenido de su inmovilizado es siempre invariable, si acaso, en función de la ciudad, cambian el hábito y las pintas y el ademán de los clientes que los deambulan. Y en esas andaba yo, deambulando frente a los estantes más que mirando libros, porque lo que en realidad me ocupaba la mente era el pastel de queso al que había echado el ojo avizor al entrar. Ya ven. ¿Quieren ustedes anular mi voluntad, llevarme al huerto, sacarme hasta el más hondo de los secretos? No hace falta que me emborrachen, que me inyecten suero o me disuelvan drogaína en la bebida. Denme pastel de queso. Pastel de queso y alfajores de chocolate. Y seré suyo...

El caso es que al final este pequeño zampabollos que les habla supo vencerse a sí mismo y el parné que hubiese invertido en el postre de marras se lo gastó en Henry Miller, en los Días tranquilos en Clichy recién reeditados por Edhasa, no sé si en un impulso subconsciente de cambiar comida por sexo, gula por lascivia, pero dar cancha al apetito egoísta en cualquier caso.

Días tranquilos en Clichy es un clásico de la literatura erótica, dicen. No sé. Una vez leído el librillo esto no lo entiendo mucho. Ni mucho ni poco. ¿De la literatura pornográfica, tal vez? Bueno, pues tampoco, tampoco, qué quieren que les diga. Dejémoslo en que de tanto en cuando se aventura en pasajes cuncupiscentes de medio voltaje, ni siquiera marranos. Y es que el sexo en Henry Miller no me pone nada. Es cerebral y es mecánico, cansino y sin inventiva, y desde luego no desprende sicalipsis ni lleva a la lujuria. Por supuesto la obscenidad es ese eterno invitado que nunca viene a cenar. A pesar de todos sus años parisinos, Miller es demasiado americano para poner cachondo a nadie, incluido él mismo, carece de la genética esencialmente cochina que sí en cambio se da en los europeos. Las purgaciones, eso es lo único que le obsesiona. Purgaciones. Purgaciones. Purgaciones. Es divertido, no lo niego, al final te da la risa floja, pero trempante desde luego que no. Apollinaire, que fue un francés muy francés, francés guarrete y clandestino, ése sí sabía. Sus Once mil vergas, por ejemplo. Un clásico a revisitar... A revisitar a menudo.

Ay... De repente me vuelve a apetecer ese jodido pastel de queso...


junio 06, 2011

Asalto




Cuántas veces me has tenido así, oh Dios cuántas, a cara de perro, los dientes apretados, los puños dura piedra, los ojos en la V de las víboras, ardiendo de rabia, quemando la ira soterrada de tantas y tantas noches de insomnio e impotencia, tanto y tanto grito reprimido; me hice hombre año a año, noche terrible tras terrible noche, los pulmones derrengados golpeando tu muro; me hice sombra, día a día, noche trágica tras trágica noche, cuerpo y alma, ambos dolor, arañando a garra desnuda y sangrante mirada tu sorda muralla. Cuántas veces nos hemos enfrentado desde entonces, cuántas oh Dios, ha resistido mis ataques tu ciudadela, me has devuelto de un bufido al cieno que me reservaste y que, oh Dios, has de saberlo, hasta el último de mis alientos me resistiré a ser. Tendrás que matarme si quieres callar esta voz que desde lo pequeño y último te desafía, tendrás que partirme en dos, comerte mi corazón, rebañar con los dedos lo sagrado de dentro, si es que quieres dejar de sufrir mi embestida. Hecho a tu imagen y semejanza, a cabezota, hijoputa y cabrón, sin embargo, no me ganas, no en vano tengo de mi parte la fuerza imparable del que, nacido para reptar con la cabeza gacha, se atrevió a levantarla, bañarse de luz la mirada. Jamás sabrás mis motivos, no has de catar mis certezas, mi ancho dolor, de sol a sol, es sólo mío; lejano y seguro como te sabes en ese alto picado desde el cual todo lo miras, nunca ha de estar a tu alcance un agridulce segundo de ser humano: somos esos pececillos de colores que enseñar a las visitas, allá en lo hondo y oscuro de tu acuario. Cuántas veces todavía, oh Dios cuántas, has de sentir en tu panza gorda el cosquilleo de mi pica, en tu sucia barba lo húmedo y pegajoso de mi desprecio, si es que no te das prisa y acabas ya con este pececillo deslenguado, bastardo y patético. No me daré por vencido: eres el padre que nunca quise, sólo pensar que algo de tu sangre es también la mía la náusea me sube a la boca en torrente, me mataría aquí mismo y ahora si no me quedase la ilusión, la eterna frustrada esperanza de verte algún día muerto a mis pies, bajado a la tierra con mis propias manos, al barro y la mierda, desde lo alto de tu ubicua muralla. No has de caer, lo sé, oigo tus carcajadas. No he de vencer, lo sé, a desengañado tampoco ganas. Pero aquí estaré, y allá estarás tú. Ahora, hoy, probablemente también mañana: cuántas veces, oh Dios cuántas, nos hemos todavía de enfrentar tú y yo las caras. Hasta que el juego te aburra y me sueltes a la espalda, a la espalda siempre —ésa es tu inconfundible marca—, los perros de la Muerte, esa Gran Perra que tienes tan bien entrenada. Mírame a los ojos entonces si es que tienes arrestos, oh Dios, mírame mirarte por última vez mientras los perros me estén devorando: este orgullo en fuego de haberte combatido, de haberme negado con todo mi ser a ser hijo tuyo, te ha de quemar de vergüenza la cara...



junio 04, 2011

Gramática nocturna




Esa hora intransitiva
sin objeto y
sin sentido
en que todas las palabras se me hayan
agotado
será negra y será dolor
negra y grito
como esta noche cerrada que se acerca
sierpe y virus
sin traerte

Negra y llanto
como todos y cada uno de los silencios
desabrochados
se desataron
se hicieron mar y lamia
y tibia carne de desencuentro

Hora sin predicado
en que cualquier delito
o falta
o rosedal marchito
será inacción definitiva
y garganta sin circulación

No soy tan soledad
como dibujando esa hora de quietudes
altiva puerta sin cerradura
en que las palabras digan basta
y los verbos, todos, se hayan desconjugado
sin remedio

Hora negra
Hora grito
Hora hache
Hora dolor
allá en el salto nocturno sobre la nada dentada
allá en la encrucijada de los sujetos asesinados
cada segundo será demonio
y todo pulso sobre la tecla borrada
sin tinta
nombre
o escrúpulo
la avanzadilla de una indolente equidistancia
ésa
nuestra mutua autodestrucción...

junio 02, 2011

An American Werewolf in London (1981) de John Landis                                                                     

Salas porno, pesadillas de gore ultraviolencia, sexo sin compromiso, tensión sexual no resuelta, tensión sexual sí resuelta, enfermeras ninfomaníacas, muertos vivientes en descomposición comiéndose tus patatas fritas, evisceración salvaje, orgía de destrucción crash-ballardiana en pleno Picadilly Circus, ovejas degolladas, comisarios de policía degollados, vecinos incautos degollados, Rick Baker on fire, corría el año 1981 y la era del látex cinematográfico aún ni sospechaba que había de morir de infografía... "An american werewolf in London" fue la justicia poética que John Landis se sacó del forro de la sobaquina para enseñarnos qué sucede cuando eres joven y yanki y gilipollas y te vas de viaje a la aventura por esos páramos de Dios, sin reserva de hotel y sin un cochino mapa...


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