Resistencia en el flanco débil

mayo 27, 2011

Marchando una de Gótico Rústico-Labriego...



Pequeña novelette muy bien escrita, que deja muy buen sabor de boca, La acabadora es una historia sobre la culpa y el perdón; o en extenso: el sentimiento de culpa que implica la vida y el perdón que necesitamos para poder afrontar la muerte. Una encrucijada espiritual que muy probablemente hunde sus raíces en nuestra más primitiva memoria visceral, más allá de particulares y determinados credos o sentimientos religiosos, y de ahí que funcione, supongo. En cierto modo La acabadora es parábola pero también es cuento de Halloween, de Todos los Santos, más concretamente cuento de brujas, y si no fuese porque parece imposible separar esa luz que sólo tiene el paisaje mediterráneo de la Cerdeña agreste y bucólica en la que se desarrolla la historia, me aventuraría a decir que esta primera novela de Michela Murgia podría pasar perfectamente por literatura gótica. Gótico rústico-labriego, cierto, pero gótico a fin de cuentas. Muy recomendable en cualquier caso este librillo anticosmopolita... Aunque otra cosa muy distinta sea que si me diese por malpensar diría que Murgia ha intentado una justificación de la eutanasia enmascarándola de folklore y eso ya es harina de otro costal, una tesis en toda regla, y por lo tanto una posición que el lector debe tomar o no, y es de suponer que para muchos no más allá de sus particulares y determinados credos o sentimientos religiosos. En eso que cada palo aguante su vela.

mayo 25, 2011

La agonía y el éxtasis 2.0


Quizá la mayor provocación de este libro sea también su mayor logro, esto es, no jugar la carta de la descripción... Edificar sin adornos, tirando sólo de lo justo, armado exclusivamente de la gris médula de la esencia narrativa, el predicado en los huesos, el predicado desnudo, una novela que habla de un oscuro episodio en la biografía del genial Miguel Ángel, espejado en el brillo hipnótico de la Constantinopla otomana y su abrumadora Santa Sofía; que habla del Arte como religión y de la Belleza como divinidad, como suprema verdad; que enfrenta vida terrenal con inmortalidad: placer y amor y apetito sensual con posteridad... El genio contra el instinto, frente a frente y a la greña, dimensionando en su duelo y su batalla la miseria y la grandeza de la humana condición: contradictorio y lábil sendero de perecedera magia transitoria... Si un talento como el de Mathias Enard hubiese germinado en el barbecho castellano y no en el gabacho tendríamos que sacarnos de la nada un nuevo sabor de nocilla para otorgarle taxonomía... Para suerte de todos los Pirineos son sabios y quisieron las cosas en su sitio.

mayo 21, 2011

La mentira que seremos





Por lo que a mí respecta, todo escritor de la tierra, la tierra ibérica, lusos aparte, se entiende, que decide no escribir una novela —otra más— sobre la Guerra Civil me merece un respeto. Si además resulta que escribe una novela bélica, sobre una guerra que no fue la suya ni la de sus abuelos, se entiende, entonces me merece dos. Un par de respetos bien gordos. Claro que El espía de Justo Navarro no es en puridad una novela de la Segunda Guerra Mundial, como tampoco lo es, en puridad, policíaca, detectivesca o negra o polar, aunque muy en puridad, esto es así o al menos ahora mismo se me antoja de esta manera, se sienta como un brillante y a la vez espúreo y a la vez ejemplarmente sintético cruce de estos géneros: el bélico y el policíaco... y aun si me apuran, ante todo y sobre todo, también el falso documental. Si Ezra Pound fue o no traidor o espía, una cosa o la otra, o bien ambas facetas cohabitaron la misma persona, el mismo poeta, en sus últimos años, en la Italia vehemente de Mussolini y la Europa devastada de Hitler, justo en el centro del siglo de la violencia y el rencor, eso es sólo el pretexto, el macguffin escogido por Navarro para sostener su trama metaliteraria, su nueva novela, El espía, que es también su apología de la irrealidad. Todos sus personajes, desde el filofascista Pound al narrador impostado J. N., pasando por el novelista que nunca fue, Trenti, o el agente poseído por la incertidumbre, Manganaro, se ven atenazados por el peso de la irrealidad, la sospecha más que razonable de que su vida, nuestra vida, el momento presente, este ahora que siempre sentimos fiable, no sea, tal vez, otra cosa que la constante y sucesiva permutación de un engaño: que somos mentira. Que todo cuanto pensamos cimiento y esencia de nostros mismos, todo cuanto sentimos nuestra íntima verdad no sea otra cosa que ficción, fábula, impostura: una falsa identidad inventada para nosotros e implantada sobre nosotros por un servicio de contraespionaje inescrutable, ubicuo y superior.




mayo 18, 2011

Borges don't surf!




Como la mayoría de ustedes tendrán a bien comprender, me resbala bastante que piensen que es compadreo, amiguismo, autobombo o blogofelación, las palabras que el gran Fco. Javier Pérez ha dedicado a mi Beso de Borges son como el Napalm por la mañana: saben a potentísima Victoria...

mayo 15, 2011

Crónica de un acople frustrado


Objetivemos esto: el diario de Ana Frank es un tostonarro de consideración. Un libro de leer cuando eres colegial y prepúber y porque te lo imponen o bien de no leer bajo nigún concepto, ni intentarlo, vamos: mejor que te lo cuenten, ver la peli, comprarte el juego de mesa o el videojuego oficial, qué sé yo. Cualquier cosa antes que tragarte estas casi 400 páginas de egomaníaca efervescencia adolescente cuando tienes ya los huevos negros y no hay día que no te cruja malamente alguna articulación. Que no, hombre, que no...

El género dietarístico ya es de por sí bastante siniestro, peligroso, incluso cuando lo cultiva un alguien con talento, con un algo interesante que contar, puede llegar a rebanarte el gaznate con la gillette de la aburrición, así que en manos de una niñata marisabidilla que se piensa mejor que sus mayores porque sabe armar un párrafo de más de cuatro oraciones, cada una detrás de la precedente, mejor ni se lo planteen. ¿Por qué los criajos de mierda nos empeñamos en escribir cuando aún no tenemos ni puta idea de qué coño es esta vida? Mear sangre, por ejemplo: eso sí da qué pensar, te quita de golpe todas las tonterías de la cabeza. Todo lo que no sea escribir después de haber meado sangre es un confieso que no he vivido... peor aun así lo escribo. Jódete, amigo lector. Jódanse todos.

No sé, miren Rimbaud, un caso extremo, dejó escrito todo lo suyo con menos de veinte tacos y luego se calló la boca para siempre. ¿Qué pasó? Que releyó todo lo suyo. Eso pasó. Y encima lo había dado todo a la imprenta. Menuda puta mierda de tío que estoy hecho, se dijo, a ver ahora dónde me meto. Y como no supo dónde meterse de la vergüenza cogió carretera y manta y se fue a hacer las Indonesias... Listo.

Primo Levi. Jorge Semprún. Paul Celan. Eso es literatura del holocausto. El diario de Ana Frank a su lado me parece la crónica de un primer polvo clandestino, para colmo frustrado.


Fdo. El hijo de puta que vive dentro de mi boca


mayo 04, 2011

Contra el Dios Azar



Cărtărescu es muy bueno en lo suyo, eso deberíamos tenerlo claro, deberíamos saberlo, él lo sabe, lo tiene asumido, por eso es que se permite juegos intempestivos con la página en blanco como El Ruletista, librillo de apenas 60 páginas que es en sí una muy pequeña y muy bien engrasada máquina de miseria y fatalidad, en forma de revólver cargado, y que a la vez demuestra que el relato corto, cultivado con maestría, puede alcanzar cotas de tensión e intensidad que muy difícilmente se dan en la novela.


La historia de El Ruletista es la historia del hombre con menos fortuna del mundo, que no fue en la vida capaz de ganar una sola partida a ningún juego, una sola apuesta, ni siquiera a las canicas, cuando chico: cero sobre cien, cero sobre mil, cero sobre todo: nada de nada. El Hombre sin Estrella. Sin Buena Estrella, se entiende. Así, con mayúsculas. El hombre que vivió toda su vida tan al extremo opuesto de la fortuna que terminó por caer del otro lado de la potra; se hizo invulnerable en el juego más peligroso, tantas veces mortal: la ruleta. La ruleta rusa... No importa cuántas veces se exponga al juego, cuántas veces apriete el gatillo del revólver que apunta a su cabeza. La bala fatídica nunca está en la recámara. La bala fatídica nunca lleva escrito su nombre. El Ruletista siempre sobrevive al juego mortal porque el Ruletista es el hombre con la peor suerte del mundo, y el que al fin consiguiese volarse la tapa de los sesos significaría una Victoria, escapar de una vida, la suya, miserable y derrochada; su primera y última victoria, y hay un Aciago Demiurgo, un Azar malévolo, empeñado en que eso no suceda. Casi pueden oírse sus carcajadas mientras lees... Parece decir: El Ruletista, como todos los seres humanos, esos diminutos, morirá, sí, pero no cuando él quiera -cuando ellos quieran-, sino cuando yo lo decida.


El mundo de Cărtărescu es ruin y cruel, desesperado, y su forma de manejarse a través de los párrafos tiene también algo de maquiavélico. Cărtărescu se sabe, en cierto modo, amo y señor de la narración, y se recrea jugando con el destino del Ruletista, primero, y con el corazón de los lectores después, en una suerte de lirismo trágico, morboso, que no por apelar a los instintos más truculentos deja de proyectar sobre el texto altas cotas de calidad literaria: la belleza hipnótica y nauseabunda de una orquídea negra y carnívora.


Al fin y al cabo, tal vez el mensaje que se mueve en los intestinos del lector tras el cuento de Cărtărescu, que se asienta en su cerebro, que tan poderosamente capta su atención y su emoción, no sea otro que esa más que vaga sospecha de que lo imposible podría llegar a suceder en cualquier momento: la abdicación de la tiranía de la probabilidad y de la matemática; que dos más dos no tienen por qué ser cuatro siempre. La posibilidad, más que la certeza, de que tal vez exista un Algo allá arriba, pasándoselo bomba a costa de nuestro libre albedrío, jugando con cartas marcadas, y que en efecto, si quiere, cuando quiere, puede más que las leyes de la Física y de la Naturaleza... Que hay un Dios, en definitiva, aunque sea a nuestra imagen y semejanza, y por lo tanto perverso.