Resistencia en el flanco débil

octubre 12, 2010

"George Lucas arruinó mi vida"... La tuya y la de tantos...


De vez en cuando hay que dar oportunidad a lecturas que, en apariencia, no conducen a nada. Es una especie de desintoxicación, de purga, el enema de la chola loca bibliofrénica. Empecé Mi vida en esta galaxia con esa intención de pasarratos y de piloto automático, de deslizar la vista por los párrafos y no pensar, para acabar descubriendo a las pocas páginas que no, que aquí había tema, que hay que haber sobrevivido a un par de infiernos y tragado mucha mierda para reírse uno de sí mismo como lo hace Carrie Fisher en estas páginas sin desperdicio, a medio camino entre la íntima confesión y el libelo bomba lapa.

En contra de lo que pudiese parecer, los últimos que deberían leer este libro son precisamente quienes más lo van a comprar —porque leerlo no sé si lo van a leer, muchos quizá lo empiecen pero no sé si todos lo acabarán—, de modo que fanáticos de Star Wars, ¡cuidado!, ya que, entre otras cosas, Mi vida en esta galaxia es un ajuste de cuentas con George Lucas y su saga galáctica de una mala leche considerable. Por el contrario, los destinatarios de estas pequeñas memorias del subsuelo hollywoodiense —ese planeta marciano— son todos aquellos que, con el sentido del humor por bandera, no tienen escrúpulo alguno en carcajearse de todo y de todos, empezando, cómo no, por sí mismos.

De vuelta de todo y camino de la última estación, la Fisher se enseñorea en sus debilidades para dar cuajo a una voz tan a la vez lúcida como cínica como despanochante. Lo de menos es que en estas apenas 170 páginas reciba hasta el apuntador de la Estrella de la Muerte: desde sus padres, Debbie Reynolds y Eddie Fisher, hasta Harrison Ford; pasando por el mencionado y odiado Lucas; su exmarido y cantante, Paul Simon; George Bush hijo y hasta el gremio de psicólogos y psiquiatras que la trataron a lo largo de sus años de depresiones y adicción; porque la clave está en el aserto irreverente de que las aspiraraciones de felicidad a ultranza son una falacia que sólo conduce al dolor y a la enfermedad, y que cuanto más en serio se toma uno esta vida, a sí mismo y a cuantos le rodean, más lejos se está de cualquier género de significado o asidero.

A estas alturas de Historia de la Química, partirse la caja aún sigue siendo la mejor terapia de desintoxicación, la mayor salud que hay. Así que fúmense ustedes este libro o inyéctenselo en vena. Pasarán un buen rato y se echarán unas risas. Falta nos hace.

octubre 03, 2010

Oscuro objeto del deseo es Don Dinero




En lo literario, Union Atlantic es un río tranquilo, de esos que ni aun crecido se llevaría a nadie por delante. Discurre temperado y sinuoso, ni ofende ni sorpende, con el agua justa. Y fin. Y punto. Y lo que viene después es el océano del olvido literario. Si acaso, por sacar algo, la novela de Haslett rezuma un tufo algo maniqueo, que acaba por irritar: de un lado están los inmorales que juegan a ser Dios con el dinero de los demás, a los que todo importa un huevo, y que acaban saliéndose de rositas; del otro están las buenas y honradas gentes, mártires de su propio y recto obrar, a quienes un injusto demiurgo parece castigar por su osada sed de justicia. Y en el meollo de todo, el dinero que todo lo pudre. El poder. Sin grises ni matices ni dobleces. ¡Quién pudiese toparse en la vida real con seres tan monolíticos! La de tiempo que ibamos a ahorrar en colas.

Por eso entiendo que la publicación de Union Atlantic es esencialmente coyuntural. Si tanto venden los libros de no ficción sobre la crisis, ¿venderá también una novela? No pongo en duda que en Estados Unidos un libro como el de Haslett puede y debe funcionar, pero me pregunto hasta qué punto es exportable a una latitud e idiosincrasia como las nuestras, acostumbrados como estamos ya a desayunarnos la tostada mañanera untadísima del palabro de moda desde que la democracia es democracia —qué chiste—: y esa palabra no es otra que "corrupción". Qué puede decirnos que no sepamos ya sobre banqueros ladrones, políticos comprables, empresarios mafiosos, precisamente a nosotros, españolitos de a pie, que terminamos inmunizándonos del sistemático saqueo de nuestro bolsillo y nuestra dignidad cuando optamos por asimilar a estos nuevos bandoleros trajeados de la única forma que excluía la ejecución pública: convertirlos en una pieza más del circo mediático, transformarlos en los bufones de nuestra diaria opereta de desheredados.


Porque al españolito de a pie no le importa que le roben una y dos y mil veces si a cambio adquiere la prerrogativa del quejarse eternamente. Tener excusa siempre, un día sí y el otro también, para cagarse en dios y en vuestros muertos y romper de tanto en cuando, de huelga en huelga, un par de escaparates... Eso, no tiene precio.