Resistencia en el flanco débil

julio 20, 2008

En picado

Esto es casi como ponerse a los mandos de una aeronave alienígena, quiero decir que sí, que sabes que te encuentras en la cabina del piloto —tal vez— y que el cacharro —en teoría— debería emprender el vuelo, pero poco más, del resto ni idea, los mandos se te antojan dildos para hembras mutantes recién salidas del invierno nuclear y los controles se alojan en tu cerebro como el esperanto de un universo paralelo. Y ahora que caigo, ¿a cuento de qué esta imagen? Será por lo de ayer, la caja tonta, minutos antes de irme a la piltra borracho de tedio, y Bruce Willis dentro del tubo catódico, repitiendo por enésima vez lo del aerotaxi made in Moebius, tal que si fuese un Spitfire...

El teclado es el de siempre, supongo. La pantalla también, o al menos eso quiero creer. Pero mis dedos, mis manos, todo yo convertido en Merrick, en elefante, hipopótamo, megalodón de dentadura postiza y branquias esclerosadas. Te sales aunque sean un segundo, un milímetro de tu trazada y estás acabado, porque te ves desde fuera y toda la absurda arquitectura mental que erigiste para sostenerte como significado en el mundo se desmorona. Le ves el envés a la trama y de ahí no hay Dios ni Graham Greene que te saque. Llegado a este punto todo acto, más aún el de la escritura, te parece forzado. Que cada nueva contractura es siempre la misma contractura. Y así todo lo demás, cada pálpito, cada palabra, cada incursión en picado sobre el maizal de la memoria. Hasta el ritmo intestinal parece atrapado en un bucle interminable. Y pese a todo, a medida que te sabes y te sientes réplica de réplica, caemos. Del primero al último. Todos. Porque si adaptamos Heráclito a los nuevos tiempos sigue pasando lo de siempre: nunca te bañará dos veces la misma radiación.

El verano es tiempo de costumbres reptilianas, dejarse de literaturas y mandangas: moverse más bien poco, más bien nada, y parapetarse bien a contemplar al personal paseando sus lorzas, casi todas ellas aberrantes. Días de beber todo lo que esté al alcance y dejar fuera de alcance cualquier pensamiento que comprometa más de dos bits de información. Y sobre todo muchos sueños pornográficos, que aporten al ambiente la humedad que esos muslos y glúteos sobrealimentados calcinan con su nada voluptuoso meneíllo infernal.